La primera bodega en la que me pude pasear con una cámara y que puede conocer a fondo fue Pago de Vallegarcía. De esto hace casi una década.
Y con el tiempo, y cuanto más he aprendido sobre vino y viticultura más me he ido dando cuenta de lo afortunado que fui al aterrizar en este mundillo en semejante lugar.
- Vista lateral de la bodega
- El Petit hipperia que vendrá
- Los vinos de Pago de Vallegarcía
Una arquitectura sobria y funcional. Botelleros silenciosos, pasillos amplios y una sala de barricas donde figuran los más insignes nombres de la tonelería francesa. Pequeños depósitos para elaborar y ni una manguera a la vista. Y un viñedo circundando el edifico con esas variedades francesas, que nos transportan a Burdeos o al Ródano, pero que también han terminado siendo propias e identitarias de los Montes de Toledo.
Y ahí quería llegar. El mercado comienza a rechazar aquellas variedades que huelen a foráneas y busca aquellas que considera autóctonas. Y yo no puedo estar más de acuerdo Pero el origen de los vinos de Retuerta el Bullaque, donde no había tradición en el cultivo de la vid, se remonta a hace unos 25 años, cuando surgieron los dos pagos, Dehesa del Carrizal y Vallegarcía, con inspiración francesa pero con un «je ne sais quoi » de los montes ( así llamamos en Ciudad Real a esta zona ) que hacen que la exótica Viognier o el elgante Syrah se sientan tan nuestros como la raña de Cabañeros.
Y aquí añado un vídeo que hice , ya más bien vintage , pero bastante ilustrativo de como se cuida el detalle en Vallegarcía. Una masterclass de poda de la mano de Adolfo Hornos, director técnico de la bodega.